miércoles, 8 de octubre de 2008

JUAN BUSTOS RAMIREZ



Durante su vida demostró que los deberes del académico no son inconsistentes con el compromiso político; que se puede tener firmes convicciones ideológicas y, así y todo, ejercitar la capacidad de reflexión. No es poco para un país donde la cobardía suele disfrazarse de prudencia, y donde se cree que la imparcialidad intelectual obliga a ser neutral.


Juan Bustos -como muchos de su generación- se las vio de cerca con la muerte varias veces. Padeció la Operación Cóndor (esa fantasía de represión continental que abrigó alguna vez Manuel Contreras), estuvo exiliado (una experiencia que los antiguos consideraban apenas inferior a la de morir), y ejerció de abogado de derechos humanos (representó a deudos de muertos sin sepultura). Fue un jurista de nota (tradujo a Welzel, escribió tratados de derecho chileno y español, redactó monografías, formó discípulos, nunca abandonó a sus alumnos) y ejerció de político activo.

Juan Bustos hizo bien todas esas cosas, y al hacerlas estuvo siempre acompañado de una sonrisa modesta y veraz.

Si hay algún jurista chileno de genuina repercusión internacional -citado como autoridad, invocado en la literatura internacional, revisado una y otra vez a la hora de fallar, presente aquí y allá en notas a pie de página, amueblando la memoria de los estudiantes de derecho- ese es Juan Bustos. En Chile sobran los leguleyos, abundan los abogados, juristas hay pocos; juristas de excepción, apenas dos o tres.

Uno de ellos fue Juan Bustos.

Sin él, la doctrina acerca de la amnistía y los derechos humanos -huérfana de reflexión- se habría deslizado con premura hacia las soluciones fáciles. Pero él -que sabía eso de Weber, según lo cual "en este mundo no se consigue nunca lo posible, si no se es capaz una y otra vez de perseguir lo imposible"- lo impidió usando las armas de la inteligencia y de la persuasión. Si Chile se ha mantenido alerta en esta materia -y se ha resistido a renunciar a la justicia, aunque esa renuncia venga disfrazada de ética de la responsabilidad- es gracias a personas como Juan Bustos.

Y es que él fue un jurista que supo que los rigores de la ciencia y de la reflexión no reñían con el compromiso ciudadano.

Durante su vida probó que los deberes del académico no son inconsistentes con el compromiso político, que es posible acuñar ideas y defender intereses, escribir reflexivamente y tener pasiones ideológicas, asumir convicciones firmes y ser capaz de dudar, reflexionar con rigor sin que eso sea un pretexto para abandonar la acción política; saber que las cosas son difíciles, pero sin que ello disminuya el empeño de conseguirlas; estar advertido que la realidad es indócil, pero mantener la determinación de triunfar.

En suma, Juan Bustos demostró que es posible ser -sin contradicción y de una sola vez- un intelectual imparcial y un ciudadano comprometido, un académico riguroso y un político activo.

En un país donde sobran los que creen que la imparcialidad intelectual obliga a ser neutral, la prudencia a suspender el juicio, el equilibrio a no decir nada, la cultura a pronunciar vaguedades, la reflexión a un si es no es permanente, la bondad a ser perdonavidas, la independencia a la indiferencia cívica, la amistad a cuidar las redes como hueso santo, y el prestigio a no quebrar ni un huevo, alguien como Juan Bustos es un ejemplo y es un regalo.

Con su muerte -están disparando cerca, dirán muchos- principia a abandonar la escena toda una generación. Esa que se dejó inflamar por los excesos ideológicos, que olvidó que las palabras a veces son armas cargadas, que sufrió los rigores de la derrota, que luego se curó de espanto y que, a regañadientes y todo, ha impulsado la modernización de nuestro país.

Juan Bustos perteneció, de alguna forma, a esa generación de izquierda a la que los éxitos de estas dos décadas le saben a poco y a veces incomodan, pero a cuya consecución contribuyó de manera decisiva. Esa izquierda que ha sabido combinar el compromiso emocional que debemos al pasado, con los desafíos racionales del presente.

Esa izquierda que supo -no fue fácil aprenderlo- que en este mundo hay que escoger y que, al escoger, algo se pierde.

Falleció en Santiago, el 7 de agosto de 2008, a las 10.47 hrs., a la edad de 72 años de cáncer hepático.

http://dirittoegiustizia.blogspot.com/2008/09/fallece-el-maestro-juan-bustos-ramirez.html

http://biografias.bcn.cl/pags/biografias/detalle_par.php?id=36

Llueven peces

Por Alejandro W. Slokar


Cuando en la tristeza y desazón del exilio hondureño llovieron peces vivos en la cabeza de nuestro querido Juan Bustos Ramírez, Eduardo Galeano buscó encontrar en su asombro una misteriosa señal que le indicaba el destino. Ocurrió ello cuando no había podido con él aquel Estado terrorista que para practicar cautiverios, torturas y desapariciones había usurpado La Moneda y extendido su plan genocida en todo el Cono Sur. Entonces, gracias al oportuno auxilio de sus colegas de generación en nuestro país, la burocracia no tuvo más remedio que despacharlo sin rumbo, para que prodigara lo que su temprana formación de Bonn le facilitó divulgar sin deformación: los límites a la arbitrariedad pública derivados del finalismo penal. Los años de su forzado reingreso europeo proyectan una década más tarde el desarrollo de su singular modelo teórico integrado, en donde a la rígida estrechez técnico-normativa supo sumar el compromiso de la crítica criminológica. La melancólica evocación de su recuerdo me devuelve a su visita en la primavera democrática de entonces, cuando recién graduados fuimos permeados por sus ideas de progreso del Derecho y de la sociedad a través de sus lecciones y aportes a la más ambiciosa reforma procesal públicamente encarada desde el que fuera Consejo para la Consolidación de la Democracia, tan necesario entonces como quizás en los días que corren. A partir de ese encuentro, y merced a su inmensa generosidad, tuve el privilegio de recibir sus enseñanzas doctorales durante los imborrables años de Barcelona, en las que el profesor evitaba cualquier grandilocuencia o alarde retórico, y hasta aceptaba humilde y cordialmente algunos desvaríos de becarios sudamericanos, para quienes su presencia –más allá de guía y conducción en el rumbo jurídico– era testimonio de trayectoria y compromiso con los derechos humanos y los valores democráticos. No fue sino esa responsabilidad la que tras el largo destierro lo devolvió a su país para emprender como abogado del foro el reclamo tenaz de verdad y justicia por las atrocidades de la feroz dictadura pinochetista, y así procurar impedir que la muerte y el atropello nunca más volvieran a su tierra. Aunque, sabedor de que para ello un Estado de derecho necesita del mayor fortalecimiento a través de la gestión militante, como buen tributario de las lecciones de Goethe –para quien “pensar es fácil, actuar es difícil, y actuar siguiendo el pensamiento propio es lo más difícil del mundo”— se comprometió para resultar electo tres veces diputado por el Partido Socialista y distinguido en marzo pasado como presidente de la Cámara de Diputados. Desde allí rechazó el embate de la siempre autista derecha securitaria y se empeñó en estimular toda reforma constitucional de la legislación para recuperar en clave contemporánea los dictados del Código Penal tipo en Latinoamérica.

Desde luego que para quien tanto pensó e hizo pensar y actuó e hizo actuar, sus ideas y obra trascienden los límites de lo que se empeña –fatalmente, sin éxito– en no ser una sentida necrológica. Hace escasas horas Juan falleció en su Santiago de Chile natal, y no exagero si afirmo que todos cuantos lo admiramos, dondequiera que hayamos estado, nos detuvimos a mirar al cielo para ver llover peces (lluvia, de Eduardo Galeano y evocar la memoria de su sereno y luminoso progresismo.

http://portal.uclm.es/portal/page/portal/IDP/HOMENAJE%20A%20JUAN%20BUSTOS%20RAMIREZ


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