Sólo él no pudo salir con vida de aquella ladera cubierta de nieve y vegetación.
Y si los otros nueve pasajeros de la avioneta sí lo consiguieron se lo deben a él, Nelson Bahamondes.
Todo comenzó como un vuelo más de los muchos que había realizado Nelson a lo largo de sus cuarenta años de piloto en la zona sur de Chile, un lugar de belleza salvaje e inclemente que se niega a ser domesticado. Bien lo saben los pilotos que tienen que afrontar sus bruscos cambios de tiempo y las trampas que esconden sus montañas y abismos. A bordo iban trabajadores de la zona: una maestra, un empleado de una salmonera, otro de una telefónica, un carabinero... De pronto, una nube negra les envolvió y vino el brusco golpe contra las copas de los árboles. El peor parado en el choque fue Nelson, quien, atrapado en la cabina, sangraba por la cabeza y posiblemente tuviese una seria hemorragia interna. Los demás se apresuraron a salir, con contusiones y fracturas menores, de la Cessna, cuyo motor humeaba, siguiendo las órdenes de Nelson.
Todos coinciden en que fue la hábil maniobra del veterano piloto la que evitó que el choque fuese mucho más trágico. Luego les instó a que apagasen el fuego con un extintor. Una vez pasado el peligro inmediato, el piloto siguió guiando a sus aturdidos compañeros de accidente durante los días que pasaron perdidos. Les enseñó a extraer gasolina del aparato, les tranquilizó avisándoles de que el avión seguía enviando señales que serían captadas por los equipos de rescate. Les dijo dónde se encontraban, a unos 15 kilómetros de la localidad de La Junta, en la región de Aysén.
Organizó la vida racionando la poca comida que tenían: dos paquetes de galletas y un bote de leche en polvo que disolvían en nieve derretida. Les explicó que debían limpiar de nieve el techo de la avioneta para que fuese más visible y les indicó que cuando se despejasen las nubes debían quemar la avioneta para indicar su ubicación. Medio metro de nieve, un frío intenso y una selva impenetrable les desanimaron en su intento de salir de allí por su pie. Sólo quien ha tenido que caminar por ese laberinto sabe lo que puede costar.
Hace menos de un año estábamos muy cerca de allí hundiéndonos hasta la rodilla en una masa movediza hecha de turba y restos vegetales muertos. Iba con un grupo fuerte de alpinistas experimentados, pero en una hora no conseguíamos avanzar más de 200 m. Aunque lo más importante que hizo Nelson por sus compañeros de infortunio fue mantenerlos unidos, ocupados y esperanzados en el rescate. "Compadre, si me voy cortado, ciérreme la boca". Es lo último que pudo decir Nelson Bahamondes. Nueve personas le deben la vida y todos los demás el ejemplo de que lo que importa de verdad es cómo recorres ese camino que, ineludiblemente, termina cuando "te vas cortado".
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